Los regalos de Auri




Presentación y primer regalo




    Esta noche no hay mucha luna dije con mi tono más persuasivo. ¿Estás segura de que no quieres subir?
    Oí un susurro proveniente de los setos de abajo, y entonces vi a Auri trepar como una ardilla por el manzano. Corrió por el borde del tejado y se paró en seco a unos cuatro metros de donde estaba yo.
    Había calculado que Auri solo tenía unos años más que yo; en cualquier caso, no podía tener más de veinte. Iba vestida con ropa hecha jirones que le dejaba los brazos y las piernas al descubierto, y era casi dos palmos más baja que yo. Estaba muy delgada. En parte, era su constitución, pero había algo más. Tenía las mejillas descarnadas y los brazos muy flacos. Su largo cabello era tan fino que, cuando Auri andaba, flotaba detrás de ella como una nube.
    Me había llevado mucho tiempo sacarla de su escondite. Sospechaba que alguien me escuchaba desde el patio cuando practicaba, pero tardé casi dos ciclos en descubrir a Auri. Al comprobar que estaba muy desnutrida, empecé a llevarle toda la comida que podía sacar de la Cantina y a dejársela allí. Aun así, tardó otro ciclo más en subir conmigo al tejado mientras yo tocaba el laúd.
    Los últimos días, Auri hasta había empezado a hablar. Yo había imaginado que se mostraría huraña y desconfiada, pero no fue así. Se mostró llena de vida y muy entusiasta. Aunque cuando la vi no pude evitar que me recordara a mí mismo cuando vivía en Tar-bean, en realidad no había mucha similitud entre nosotros. Auri iba escrupulosamente limpia y tenía una alegría desbordante.
    No le gustaba el cielo abierto, ni la luz intensa, ni la gente. Deduje que era una alumna que había enloquecido y que se había escondido bajo tierra antes de que pudieran encerrarla en el Refugio. No sabía gran cosa sobre ella, porque todavía se mostraba tímida y asustadiza. Cuando le pregunté cómo se llamaba, salió corriendo, se escondió bajo tierra y tardó varios días en volver.
    Así que le puse un nombre: Auri. Aunque en secreto pensaba en ella como «mi pequeño duendecillo lunar».
    Auri se acercó un poco, se paró, esperó y dio unos pasitos más. Repitió la operación varias veces hasta que se plantó delante de mí. Se quedó quieta, con el cabello esparcido alrededor de la cabeza como un halo. Puso ambas manos delante de la cara, justo debajo de la barbilla. Estiró un brazo, me tiró de la manga y volvió a retirar la mano.
    ¿Qué me has traído? me preguntó, emocionada.
    Sonreí.
    ¿Y tú? ¿Qué me has traído? bromeé.
    Auri sonrió y alargó una mano. Vi brillar algo en su palma a la luz de la luna.
    Una llave contestó con orgullo, y me la puso en la mano.
    La cogí y noté su agradable peso.
    Es muy bonita dije. ¿Qué abre?
    La luna respondió ella, muy seria.
    Ah, podría serme muy útil dije examinándola.
    Eso mismo pensé yo. Así, si hay una puerta en la luna, podrás abrirla. Se sentó en el tejado con las piernas cruzadas y me miró con una amplia sonrisa en los labios. Aunque yo no fomentaría esa clase de comportamiento insensato.
    Me puse en cuclillas y abrí el estuche del laúd.
    Te he traído un poco de pan. Le di la hogaza de pan moreno envuelta en un paño. Y una botella de agua.
    Esto también es muy bonito dijo ella con gentileza. La botella parecía enorme en sus manos. ¿Qué hay en el agua? me preguntó al mismo tiempo que quitaba el tapón de corcho y miraba dentro.
    Flores respondí. Y el trozo de luna que no está en el cielo esta noche. Lo he metido también.
    Auri miró hacia arriba.
    Yo ya mencioné la luna dijo con un deje de reproche.
    Entonces, solo flores. Y el brillo del cuerpo de una libélula. Yo quería un trozo de luna, pero solo conseguí el brillo azul de una libélula.
    Auri inclinó la botella y dio un sorbo de agua.
    Es maravillosa dijo, apartando unos mechones de cabello que flotaban ante su cara.
...



Segundo regalo




    Auri se relajó un poco y se acercó más a mí.
    Te traía una pluma con viento de primavera, pero como te has retrasado... me miró con gravedad? voy a regalarte una moneda. Alargó un brazo y me la tendió, sujeta entre el pulgar y el índice. Te protegerá por la noche. Te protegerá cuanto pueda protegerte, claro. Tenía la forma de una pieza de penitencia atur, pero la luna le arrancaba destellos plateados. Nunca había visto una moneda parecida.
    Me arrodillé, abrí el estuche del laúd y saqué un pequeño fardo.
    Yo te he traído tomates, judías y una cosa especial. Le tendí el saquito de piel en el que me había gastado casi todo mi dinero dos días atrás, antes de que empezara a tener problemas. Sal marina.
    Auri lo cogió y miró en su interior.
    Pero qué bonito, Kvothe. ¿Qué hay en la sal?
    «Restos minerales pensé. Cromo, basalio, malio, yodo... Todo lo que tu cuerpo necesita y seguramente no puede obtener de las manzanas, del pan ni de lo que consigues gorronear cuando no te encuentro.»
    Sueños de peces contesté. Y canciones de marineros.
...



Tercer regalo




    ¿Qué me has traído esta noche? pregunté.
    Auri compuso su luminosa sonrisa.
    ¿Y tú? ¿Qué me has traído?
    Saqué una estrecha botella de debajo de mi capa.
    Te he traído vino de miel.
    Auri cogió la botella con ambas manos.
    Oh, qué regalo tan magnífico. Miró la botella con admiración. Imagínate cuántas abejas borrachínas. Quitó el corcho y olfateó el vino. ¿Qué hay dentro?
    Rayos de sol contesté. Y una sonrisa, y una pregunta.
    Se llevó la boca de la botella al oído y me sonrió.
    La pregunta está en el fondo dije.
    Una pregunta muy pesada dijo ella, y me tendió una mano. Yo te he traído un anillo.
    Era un anillo de cálida y lisa madera.
    ¿Qué hace? pregunté.
    Guarda secretos.
    Me lo acerqué a la oreja.
    Auri sacudió la cabeza con seriedad, y su cabello revoloteó alrededor.
    No los revela, los guarda. Se acercó a mí, cogió el anillo y me lo puso en un dedo. Ya hay suficiente con tener un secreto me censuró dulcemente. Otra cosa sería avidez.
    Me encaja dije con cierta sorpresa.
    Son tus secretos dijo Auri como si le explicara algo a un niño pequeño. ¿A quién iba a encajarle?
...



Comentario:


Finísimos regalos espirituales en los que el prosaíssmo de la vida, por la extraña alquimia del amor y la poesía, queda transmutado en cosas brillantes llenas de belleza y afecto envolviéndolas con su luz azul.